domingo, 23 de junio de 2013

El escondite


Me giré al escuchar sus pasos, menudos, que llegaban corriendo por el pasillo. Apenas tenía tres años y era lo único que me importaba en esta vida. Si no hubiera sido por él… no sé que habría hecho.

- Mamá! Mamá! Llaman a la puerta

Con un dedo en los labios conseguí que frenase su carrera y que bajase el tono de voz hasta hacerse casi inaudible.

- Sí mi cielo, no hagas ruido

- ¿No abres mami?

- No cariño. Vamos a jugar al escondite. No hagas ruido.


- ¿Quién la para, mami?

- Ellos – y dirigí una mirada temerosa a la puerta - Ellos la paran mi vida y nosotros estamos aquí escondidos sin hacer ruido.


- Pero yo no me he escondido todavía mami.

- Está bien. Yo contaré hasta 20 y tú te escondes y te quedas muy quitecito, sin hacer ruido.

- Vale – y soltó un gritito, entusiasmado con el juego.

- Uno, dos, tres…

Sus pasitos se perdieron por el pasillo, nerviosos, entre risitas ahogadas. Se detuvieron ante la habitación, dudando de cuál sería el mejor escondite: bajo la cama o dentro del armario. Después se escuchó de nuevo una risita y por fin se hizo el silencio.

Sola, en la cocina, conteniendo la respiración, susurraba algo parecido a una plegaria. Nunca fui mujer religiosa, pero en aquellos momentos necesitaba encomendarme a alguien, a algo…

- Que se vayan Dios mío, por favor, que se vayan.

De repente unos golpes en la puerta me sobresaltaron.

- María García, le habla la policía. Por favor, abra la puerta, sabemos que está en casa.

Durante unos segundos interminables guardé silencio, esperando el milagro. Pero Dios no existe, y si existe decidió que mi repentina muestra de fe no era suficiente para que El interviniese.

- Señora García, le habla el secretario del juzgado número seis de Talavera. Estoy acompañado por la policía y una asistente social. Hemos venido para proceder al levantamiento de esta vivienda según orden del día seis de junio. ¿Es usted conocedora de esta orden Señora García?

De nuevo contuve la respiración. Cerré los ojos. Me concentré en salir de aquella situación, huir, desaparecer, evaporarme, despertar y descubrir que todo había sido un sueño. Pero la voz volvió a sonar al otro lado de la puerta. La pesadilla era real.

- Señora García. Le informo que estamos autorizados a utilizar todos los medios disponibles para proceder al levantamiento de la vivienda. Sin embargo sería preferible que abriera usted de forma voluntaria. En otro caso, su oposición podría interpretarse como resistencia a la autoridad y podría conllevar acciones legales contra usted.

¿Acciones legales? ¿Qué más querían hacerme? Dios mío, por favor, ya sé que nunca te he rezado. Pero por favor, ¿cómo le voy a explicar a mi hijo que nos echan de casa? ¿Dónde vamos a ir?

Al otro lado de la puerta, las voces sin rostro hablaban en voz baja. Súbitamente se escuchó el ruido de un taladro en la puerta, los metales chirriaron con estruendo y yo me tapé los oídos con fuerza, no podía resistirlo. El cerrojo tampoco resistió mucho, giró sobre su eje y cayó desmontado al suelo. La puerta se abrió silenciosamente.

Grité, lloré, imploré que me dejaran en paz con mi hijo, que cuando pudiera pagaría, que no me echaran, que la casa era mía. Y vi sus labios moverse, hablándome, explicándome que ellos no podían hacer nada, que sólo cumplían con su deber, que eran empleados públicos, padres de familia igual que yo.

Finalmente el silencio se adueñó de mí y me derrumbé en un rincón. La asistente social se acercó por el pasillo, con mi hijo de la mano. Le dejó que recogiera su peluche favorito. Y él sonreía.

- Me he escondido muy bien ¿verdad?

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