sábado, 29 de junio de 2013

Los zapatos

Casi todo lo que uno hace o dice en esta vida carece de trascendencia. Son frases banales o cosas inútiles que rellenan los huecos de nuestra existencia, sin mayor importancia. Cinco minutos después ya no las recordaremos y nadie vendrá a pedirnos explicaciones sobre ellas. Sin embargo, a veces, un hecho insignificante o una frase estúpida pueden quedar para siempre en nuestra memoria y marcar nuestra vida de forma indeleble.

Eso es lo que ocurría con aquellos zapatos. 


Los había sacado de su caja el día anterior, rotos y sucios como cuando los recogió del montón de zapatos de aquel patio de espanto. Los había escondido entonces, hasta que salió del campo. Y cuando la liberaron, insistió a los soldados para que la dejaran llevárselos, “por si algún día su hermano aparecía” les había dicho. 



domingo, 23 de junio de 2013

El escondite


Me giré al escuchar sus pasos, menudos, que llegaban corriendo por el pasillo. Apenas tenía tres años y era lo único que me importaba en esta vida. Si no hubiera sido por él… no sé que habría hecho.

- Mamá! Mamá! Llaman a la puerta

Con un dedo en los labios conseguí que frenase su carrera y que bajase el tono de voz hasta hacerse casi inaudible.

- Sí mi cielo, no hagas ruido

- ¿No abres mami?

- No cariño. Vamos a jugar al escondite. No hagas ruido.


- ¿Quién la para, mami?

- Ellos – y dirigí una mirada temerosa a la puerta - Ellos la paran mi vida y nosotros estamos aquí escondidos sin hacer ruido.


viernes, 21 de junio de 2013

Por amor al arte



Decididamente, con gente así da gusto trabajar. Había dicho el Director General mientras me entregaba el reloj.
Siempre acudiendo puntual al trabajo, cumpliendo con las obligaciones y dejándose la piel, por amor al arte.
Todo empezó accidentalmente. Un día, al bajarse del coche, el Director se quedó mirando al grupo que estaba en la puerta, haciendo un cigarrito, y dirigiéndose a mí exclamó: “¡Usted!, suba a mi despacho y acérqueme el maletín. Lo he dejado olvidado encima de la mesa”.
Obediente, cumplí el encargo. Y desde entonces cada día, a las nueve, acudí puntual, para lo que el Director mandase. Y mandaba, claro que mandaba.
Treinta años a su servicio. Y por fin había llegado el día de mi jubilación. El día que descubrirían que no estaba en nómina y sorprendidos todos, jefes y compañeros se preguntarían ¿por qué?
Y yo, simplemente, pasaba por allí.