jueves, 25 de julio de 2013

Trato preferente



—Y yo, simplemente, pasaba por allí— dijo el abuelo un poco incomodo —Se lo juro señor agente,  yo no he hecho nada malo
—Lo sé, no se preocupe— contestó el policía mientras se ajustaba la gorra —Pero usted comprenderá que ese dinero no le pertenece y que debe devolverlo.

Todavía no me explico cómo me encontraron, cómo nos encontraron a todos — Pensaba el abuelo— Seguro que fue por las cámaras de seguridad del banco, como en las películas.

Los periódicos lo llevaban en portada: “Director de sucursal bancaria enloquece y reparte veinte millones de euros entre clientes afectados por las preferentes”. Todo el mundo opinaba acerca del suceso: “Locura transitoria”, “Banquero justiciero”,….

Y ahora le exigían que devolviese el dinero. —El abuelo no salía de su asombro— Que no era suyo, decían. ¿Que no era suyo?, si él tenía todos sus ahorros en el banco y no se los dejaban sacar. El Director del Banco, se lo dijo bien clarito:”No se preocupe de nada Eusebio, usted es un cliente preferente”.

jueves, 11 de julio de 2013

Sala de espera



Está harto de tanto esperar, sentado, haciendo rodar el bastón entre las manos, la paciencia consumida ya, hace horas. Desde que se jubiló no ha hecho otra cosa más que esperar. Esperar en la oficina del banco, el día uno de cada mes; esperar en la consulta del médico, a por recetas; esperar que le llegue la hora. Espera y observa, no habla con nadie, la compañía de otro ser humano le incomoda, le enerva, le recuerda a aquellos otros seres humanos que ya no están, o que ya no vienen a verle, que se aburrieron hace tiempo de su mal carácter y sus impertinencias.

Delante de él juega un niño. Tirado en el suelo a lo largo, empuja un cochecito de juguete por entre las patas de las sillas y hace ruidos con la boca. La madre le riñe —levanta del suelo, mira como te estás poniendo.—

Hace un calor insoportable, impropio de un mes de octubre, de pleno otoño. Pero ya no hay otoños como los de antes, cuando los niños volvían a llevar a la escuela capuchas y botas de agua. Y una leve sonrisa de nostalgia se dibuja tímidamente bajo el bigote del viejo, pero nadie la nota, nadie. Y los ojos le brillan húmedos por un breve instante hasta que el presente irrumpe de nuevo en sus pensamientos.