viernes, 24 de noviembre de 2017

Cenicienta



Que me vaya a fregar, dice. Que me vuelva a casa, a la cocina, que es mi lugar. Y lo dice a voz en grito desde la grada, mientras su hijo baja los ojos avergonzado y saca la falta lo más rápido posible. Y yo lo reflejo todo en el acta, por vigésima vez esta temporada. Pero tampoco hoy pasará nada, no habrá sanción al club. Después de todo —dirán en la federación—, no ha habido violencia.


Mi madre lo observa todo desde el fondo sur, donde suele sentarse en silencio, para que nadie sepa que viene a verme a mí, que el partido no le interesa. Mira la grada efervescente, a los niños en el terreno de juego, y otra vez a los padres. Mueve la cabeza, pensativa, entorna los ojos y con un rápido movimiento de varita los convierte en ratones. El partido ha finalizado. Los niños ríen a carcajadas mientras sus padres corretean con sus diminutas patitas camino del aparcamiento. Mueven sus bigotes, asustados, cuando comprueban que los coches se han convertido en calabazas y me miran con estupor mientras subo en mi moto y abandono el lugar quemando rueda. 

Mamá me guiña un ojo desde la grada. No le gusta el deporte y tampoco entiende por qué visto siempre de negro, pero hace tiempo, ella también estrelló sus zapatos de cristal contra el asfalto. 

Relato para los viernes creativos de Ana Vidal. Esta semana, escribimos para luchar contra la violencia machista: dale la vuelta al cuento.

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